jueves, 3 de diciembre de 2015

AMADO ACTOR

ACTOR

            Tu afición por las tablas la despertó Don Pedro, ¿verdad?

Sí, pero déjame hacer una introducción, porque cuando la magia de la farándula me poseyó por primera y definitiva vez fue aquél verano de tránsito en El Escorial, donde recalamos a la espera de que acabasen el piso a donde nos trasladábamos desde Toro. De vez en cuando, Juan, un adolescente admirable, montaba un  teatro de marionetas, inválido él, desde su silla de ruedas, y nosotros los críos vecinos del patio, sentados y boquiabiertos, seguíamos las peripecias de la bruja y del ogro que siempre acababan a palos. La emoción me aflora en la piel recordando aquélla función. ¡¡Cobraban los muñecos una vida tan real en nuestra imaginación!!
 No sé. Yo creo mucho en la determinación genética. Pero no me cabe duda de que, como bien decías, Don Pedro Dicenta  fomentó y estimuló mi afición al teatro, que ya había brotado en El Escorial. Con qué cariño recuerdo “El sacamuelas” y “El motete” y “Sangre gorda”. ¡Que experiencias iniciáticas más entrañablemente inolvidables!

            Déjame a mí evocar una escena como espectador, que tú eras actor.
-Si, yo era precisamente el sacamuelas.
...Y tenías que gritar “¡El sacamuelas, el sacamuelas!” al tiempo que agitar una campanilla con fuerza.
-Y lo hice con demasiada fuerza

            El crío aparece en escena, la campanilla en la mano, sacudiéndola violentamente y repitiendo como un profesional su grito de guerra “¡¡¡EL SACAMUELAAAAS!!!!, ¡¡¡EL SACAMUELAAAS!!!”, cuando, de repente, zaca!, sale la campana despedida, el mango queda en su mano. Son unos segundos sólo de desconcierto. Amado tiene un amago de pánico, imperceptible salvo para él, pero reacciona e improvisa, recordando las instrucciones de Don Pedro (improvisad, si os falla la memoria, si ocurre algo imprevisto, si se os olvida la letra, que el público no se dé cuenta, longaniza al canto). “¡Tolón, tolón!” Es tu voz la que suelta la onomatopeya que la imaginación del público entiende. ”¡¡TOLÓN, TOLÓÓÓÓN...EL SACAMUEEELAAAS!!!”
             La posterior felicitación de Don Pedro sería tu mejor recompensa.

            Tu afición teatral bulliría siempre “ahí dentro”.
            Una vez fue en la parroquia, a cuyo grupo cultural te acercó tu inseparable amigo JuanJosé, creyente practicante y consecuente donde los haya, preocupado por tu alarmante huída hacia las estrellas y más allá,  confiando en “reintegrarte” al rebaño. En la parroquia los ensayos y representación de una obrilla, “El limpiachimeneas” (yo era Julián, el mayordomo del marqués, cuya autoría no figura en la copia que conservo) te alegrarían una buena temporada y el gusano teatral otra vez se removió en tus tripas. Aunque Juanjo se percató de que tu cercanía a la parroquia sólo era “teatro” y lo intentó de nuevo, regalándote aquél libriño de Miguel Fuste Ara titulado “El maravilloso mundo de los animales”, en cuyo prólogo el autor señala, premonitoriamente, que también va dirigido “a los educadores a quienes compite la noble tarea de hacer comprender a sus discípulos la grandeza de la Creación”: Muchos años después, tú intentarías hacer comprender a los tuyos la grandeza de la Evolución. Esta vez sí hubo un acercamiento a “la obra del Creador”, pero ciertamente, las distancias ya eran insalvables.
          La última experiencia teatral anterior y quizás la más satisfactoria, por más plenamente vivida, a pesar de ser incompleta, la tendría cuando, estudiando Arquitectura, (estuve dos años intentándolo estúpida e infructuosamente, pues estaba cantado que yo sería incapaz de hacer semejante carrera), me metí en el grupo de “Teatro de Arquitectura”. Fue una de las vivencias más enriquecedoras de toda mi vida. Aquél grupo admirable anunciaba un mundo nuevo. Eran personas libres, sanas, ilusionadas, activas y luchadoras. Qué veladas de conversaciones alegres y optimistas, soñadoras y confiadas en sí mismas. Gentes así hicieron posible la salida del túnel, dieron a luz un mundo nuevo, parieron un sol de posibilidades. Ellos fueron los padres de la democracia y no los que así se proclaman. Nos daban las tantas de la madrugada, y yo me sentía como un aprendiz de hombre. Había tantas mujeres como hombres, o más. Y ellas eran más admirables aún, porque mayor era su lucha. Era un ambiente desinhibido, pero extremadamente sano, amable y entrañable. Inolvidable. La igualdad era su lema. El carpe diem su modus vivendi. Esto va a confundir al amigo lector. Eran cualquier cosa menos pasotas (asquerosa palabrota). Con qué ilusión ensayaban, aportaban ideas, trasnochaban... Yo no tenía tiempo para ensayar, tenía clases por la mañana y academia por la tarde. Si seguía en Arquitectura, ya tendría tiempo de integrarme totalmente. Ayudaba con la tramoya, con los decorados, cortando las planchas de poliexpan... Y era uno más del grupo, como tal me trataron siempre. Me sentía acogido, apreciado, querido. Todos estaban en cursos superiores, yo era un novato. Pero sólo yo pensaba eso. Para todos era uno más de la familia.  El 22 de diciembre del 68 (sí, fue aquél año!!) “representamos” en el Teatro Español las églogas de Juan del Enzina (“Enzina 68. homenaje-revisión”), en la dirección Javier Navarro y Feliciano Giner. 

¡Qué emoción andar de acá para allá por los pasillos y camerinos, tras el escenario de tan importante teatro! ¡Era el 68! “Hoy comamos y bebamos, que mañana moriremos” cantaban los pastores... pero los actores con esas canciones cantaban más que un carpe diem lúdico: cantaban a un carpe diem liberalizador, carpe diem transgresor, carpe diem trascendente.  ¡Era el 68!! En el folleto se decía que “Esta revisión culmina en el tratamiento dado a las églogas profanas, tratamiento que constituye una nueva forma teatral como concepto escenográfico dinámico y vivo”. Estoy seguro que a las “autoridades competentes” les dieron ganas de meternos en la cárcel a todos: ¿églogas profanas? ¿concepto dinámico y vivo? ¿Hoy comamos y bebamos...? Mucha bilis tuvieron que tragar aquellas autoridades aquél y los siguientes años. Y estos grupos de teatro independientes, innovadores y, lo diré claro, revolucionarios, fueron autores, actores y directores del destino que España se daría pocos años después. Ellos, y no los otros. Los otros prostituyeron ese destino que, sin embargo, sigue abierto a la libertad, a la esperanza de un mundo mejor. Gracias a ellos. A pesar de los otros.

Javier Navarro de Zuvillaga
            Comienza su actividad teatral como actor en el TEU de la ETS de Ingenieros Industriales en 1963, trabajando con David Ladra y Miguel Ángel Bilbatúa.
            Funda en 1965 el "Teatro de Arquitectura" en la ETS de Arquitectura de Madrid en la que realiza sus estudios; con este grupo dirige, entre otras obras, Rómulo el Grande de Dürrenmat y Enzina 68, con églogas de Juan del Enzina, llevada al Teatro Español de Madrid en 1968.
            En 1968 se licencia como arquitecto y crea el "Teatro Independiente de Situación", grupo con el que monta en calidad de director El juego de los insectos de los hermanos Kapek en el Teatro Marquina de Madrid en 1970.
            En 1971 se doctora en "Teoría del Diseño" en la Architectural Association School of Architecture de Londres.
            Desde 1980 hasta la actualidad desempeña la cátedra de Perspectiva en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.

             Y cuando el Maestro nació en ti, afloró también esta vocación y también fuiste feliz dándole salida, proyectándola también en tu alumnado. Nada más llegar a Esteiro ya hiciste algo, pero te encontraste aquí con José Agrelo y entonces te hiciste a un lado, claro, que Pepe Agrelo hacía tiempo que era mecenas de esta expresión social en actividad escolar (pero no solo escolar), y te limitaste a colaborar con él, con ilusión, filmando sus representaciones escolares (O espantallo, Os soños na gaiola...).
             Conocí a Pepe Agrelo, o director de teatro, antes de conocer a Don Xosé Agrelo, o Mestre. Aún vivíamos en Baiona, y fue un día de verano en Noia, vimos que había teatro en el Ayuntamiento. Noite de Lobos. Fue impresionante. Quién me iba a decir que coincidiría con Agrelo años después, mestres los dos, en Esteiro. Aquélla función reavivó en mí el gusanillo del teatro, recordaste el Juanjosé, de Joaquín Dicenta, por alguna extraña asociación de ideas, volviste a recapacitar sobre la importancia del teatro como revulsivo social y cultural y te decidiste a llevar al teatro a tus alumnos como recurso de comprensión y de expresión personal y colectivo
             Y así, no te resististe a buscar válvulas de escape que te permitiesen aportar tu granito de arena, tu personal toque en el escenario de los festivales de Navidad, de Fin de Curso...
Un hito para ti fue aquélla representación que dirigiste de una emotiva obrilla que escribió una alumna tuya: El escenario en dos mitades: a un lado, las mujeres “viudas dos vivos” añorando en Navidad a sus maridos que, al otro lado, añoraban también sus hogares. Cartulinas azules eran las olas que agitaban el mar que los separaba.
            Si hasta te atreviste, sordo como eres para la música, a dirigir a toda tu clase convertida en coro y llevarla al I CERTAMEN DE VILLANCICOS, y aún volverías al año siguiente. Sé que te emocionaste...
             ...el primer año ni siquiera me atreví a subir al escenario con ellos. Allí arriba,  solos, se portaron con dignidad y dieron el dó de pecho. A mi me hicieron llorar. Al año siguiente, con los mismos críos, me prometí que subiría con ellos, que por ellos aguantaría el bochorno de la exposición pública de mi analfabetismo musical, pero arroparía, esta vez sí, a mis queridos niños. Se volvieron a portar, no dieron la nota. A mí no me importó darla.
También fue emocionante la puesta en escena de la canción de Ana Kiro “O Serpent” que para el festival de fin de curso de 1990 preparaste y cantaron tus alumnos, era el centenario de uno de los naufragios más dramáticos de la Costa da Morte. Toda la clase entonó la preciosa canción:
            Y en la intimidad del aula siempre había ocasión para que los alumnos recitasen “La canción del Pirata” de Espronceda, dramatizasen pasajes de obras clásicas o modernas...
Tu último año en Esteiro se trasladó Agrelo a Muros y entonces hiciste el montaje y dirección de la obrilla de tu hermana Ana, “El duende que vino del sol”, que también pasaste al gallego, claro. Además de la adaptación, en colaboración con un compañero, Don Manuel, del AUTO DE LOS REYES MAGOS. Inolvidable aquél día. Fue, además de tu despedida del colegio de Esteiro, el telón a “El Maestro”.
            El año siguiente empezarías como “Profe” en el IES nuevo, inaugurado el año anterior por exigencia del “guión” de la nueva reforma educativa, que convertía a colegiales en bachilleres y a maestros en profes. Todos salieron perdiendo. Los Maestros intentarían seguir siéndolo, pese al nuevo apelativo, pero muchos fuisteis los que no lo conseguisteis, porque el cambio no era esta sóla vez de nombres (ya hacía años que el de maestro se había cambiado a Profesor de E.Primaria, y luego de nuevo a maestro, o mestre): el alumnado entraba en el ies como un sioux en territorio  comanche; los horarios de Profesor eran un adoquinado piso para el paso pausado que el maestro tiene que llevar; la asociación de nais se creyó también “ascendida” de capitán de guardia de los Maestros a capitán de corps de profesores; la Administración, como siempre, mirando para otro lado. Pero ya estoy de nuevo adelantando acontencimientos.

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