ACTOR
Tu afición por las
tablas la despertó Don Pedro, ¿verdad?
Sí, pero
déjame hacer una introducción, porque cuando la magia de la farándula me poseyó
por primera y definitiva vez fue aquél verano de tránsito en El Escorial, donde
recalamos a la espera de que acabasen el piso a donde nos trasladábamos desde
Toro. De vez en cuando, Juan, un adolescente admirable, montaba un teatro de marionetas, inválido él, desde su
silla de ruedas, y nosotros los críos vecinos del patio, sentados y
boquiabiertos, seguíamos las peripecias de la bruja y del ogro que siempre
acababan a palos. La emoción me aflora en la piel recordando aquélla función.
¡¡Cobraban los muñecos una vida tan real en nuestra imaginación!!
No sé. Yo creo mucho en la determinación
genética. Pero no me cabe duda de que, como bien decías, Don Pedro Dicenta fomentó y estimuló mi afición al teatro, que
ya había brotado en El Escorial. Con qué cariño recuerdo “El sacamuelas” y “El
motete” y “Sangre gorda”. ¡Que experiencias iniciáticas más entrañablemente
inolvidables!
Déjame a mí evocar una
escena como espectador, que tú eras actor.
-Si, yo era precisamente el
sacamuelas.
...Y tenías que gritar “¡El sacamuelas, el sacamuelas!” al
tiempo que agitar una campanilla con fuerza.
-Y lo hice con demasiada
fuerza
El crío aparece en
escena, la campanilla en la mano, sacudiéndola violentamente y repitiendo como
un profesional su grito de guerra “¡¡¡EL
SACAMUELAAAAS!!!!, ¡¡¡EL SACAMUELAAAS!!!”, cuando, de repente, zaca!, sale
la campana despedida, el mango queda en su mano. Son unos segundos sólo de
desconcierto. Amado tiene un amago de pánico, imperceptible salvo para él, pero
reacciona e improvisa, recordando las instrucciones de Don Pedro (improvisad,
si os falla la memoria, si ocurre algo imprevisto, si se os olvida la letra,
que el público no se dé cuenta, longaniza
al canto). “¡Tolón, tolón!” Es tu voz
la que suelta la onomatopeya que la imaginación del público entiende. ”¡¡TOLÓN, TOLÓÓÓÓN...EL SACAMUEEELAAAS!!!”
La posterior
felicitación de Don Pedro sería tu mejor recompensa.
Tu afición teatral bulliría
siempre “ahí dentro”.
Una vez fue en la
parroquia, a cuyo grupo cultural te acercó tu inseparable amigo JuanJosé,
creyente practicante y consecuente donde los haya, preocupado por tu alarmante
huída hacia las estrellas y más allá,
confiando en “reintegrarte” al rebaño. En la parroquia los ensayos y
representación de una obrilla, “El limpiachimeneas” (yo era Julián, el mayordomo del marqués, cuya autoría no figura en la
copia que conservo) te alegrarían una buena temporada y el gusano teatral
otra vez se removió en tus tripas. Aunque Juanjo se percató de que tu cercanía
a la parroquia sólo era “teatro” y lo intentó de nuevo, regalándote aquél
libriño de Miguel Fuste Ara titulado
“El maravilloso mundo de los animales”,
en cuyo prólogo el autor señala, premonitoriamente, que también va dirigido “a los educadores a quienes compite la noble
tarea de hacer comprender a sus discípulos la grandeza de la Creación”:
Muchos años después, tú intentarías hacer comprender a los tuyos la grandeza de
la Evolución. Esta vez sí hubo un acercamiento a “la obra del Creador”, pero
ciertamente, las distancias ya eran insalvables.
La
última experiencia teatral anterior y quizás la más satisfactoria, por más
plenamente vivida, a pesar de ser incompleta, la tendría cuando, estudiando
Arquitectura, (estuve dos años intentándolo estúpida e infructuosamente, pues
estaba cantado que yo sería incapaz de hacer semejante carrera), me metí en el grupo
de “Teatro de Arquitectura”.
Fue una de las vivencias más enriquecedoras de toda mi vida. Aquél grupo
admirable anunciaba un mundo nuevo. Eran personas libres, sanas, ilusionadas,
activas y luchadoras. Qué veladas de conversaciones alegres y optimistas,
soñadoras y confiadas en sí mismas. Gentes así hicieron posible la salida del
túnel, dieron a luz un mundo nuevo, parieron un sol de posibilidades. Ellos
fueron los padres de la democracia y no los que así se proclaman. Nos daban las
tantas de la madrugada, y yo me sentía como un aprendiz de hombre. Había tantas
mujeres como hombres, o más. Y ellas eran más admirables aún, porque mayor era
su lucha. Era un ambiente desinhibido, pero extremadamente sano, amable y
entrañable. Inolvidable. La igualdad era su lema. El carpe diem su modus
vivendi. Esto va a confundir al amigo lector. Eran cualquier cosa menos pasotas
(asquerosa palabrota). Con qué ilusión ensayaban, aportaban ideas,
trasnochaban... Yo no tenía tiempo para ensayar, tenía clases por la mañana y
academia por la tarde. Si seguía en Arquitectura, ya tendría tiempo de
integrarme totalmente. Ayudaba con la tramoya, con los decorados, cortando las
planchas de poliexpan... Y era uno más del grupo, como tal me trataron siempre.
Me sentía acogido, apreciado, querido. Todos estaban en cursos superiores, yo
era un novato. Pero sólo yo pensaba eso. Para todos era uno más de la
familia. El 22 de diciembre del 68 (sí,
fue aquél año!!) “representamos” en el Teatro Español las églogas de Juan del
Enzina (“Enzina 68. homenaje-revisión”), en la dirección Javier Navarro y Feliciano
Giner.
¡Qué emoción andar de acá para allá por los pasillos y camerinos, tras
el escenario de tan importante teatro! ¡Era el 68! “Hoy comamos y bebamos, que
mañana moriremos” cantaban los pastores... pero los actores con esas canciones
cantaban más que un carpe diem lúdico: cantaban a un carpe diem liberalizador,
carpe diem transgresor, carpe diem trascendente. ¡Era el 68!! En el folleto se decía que “Esta revisión culmina en
el tratamiento dado a las églogas profanas, tratamiento que constituye una
nueva forma teatral como concepto escenográfico dinámico y vivo”. Estoy seguro
que a las “autoridades competentes” les dieron ganas de meternos en la cárcel a
todos: ¿églogas profanas? ¿concepto dinámico y vivo? ¿Hoy comamos y bebamos...?
Mucha bilis tuvieron que tragar aquellas autoridades aquél y los siguientes
años. Y estos grupos de teatro independientes, innovadores y, lo diré claro,
revolucionarios, fueron autores, actores y directores del destino que España se
daría pocos años después. Ellos, y no los otros. Los otros prostituyeron ese
destino que, sin embargo, sigue abierto a la libertad, a la esperanza de un
mundo mejor. Gracias a ellos. A pesar de los otros.
Javier Navarro de
Zuvillaga
Comienza su actividad teatral como
actor en el TEU de la ETS de Ingenieros Industriales en 1963, trabajando con
David Ladra y Miguel Ángel Bilbatúa.
Funda en 1965 el "Teatro de
Arquitectura" en la ETS de Arquitectura de Madrid en la que realiza sus
estudios; con este grupo dirige, entre otras obras, Rómulo el Grande
de Dürrenmat y Enzina 68, con églogas de Juan del Enzina, llevada al
Teatro Español de Madrid en 1968.
En 1968 se licencia como
arquitecto y crea el "Teatro Independiente de Situación", grupo con
el que monta en calidad de director El juego de los insectos de los hermanos
Kapek en el Teatro Marquina de Madrid en 1970.
En 1971 se doctora en "Teoría
del Diseño" en la Architectural Association School of Architecture de
Londres.
Desde 1980 hasta la actualidad
desempeña la cátedra de Perspectiva en la Facultad de Bellas Artes de la
Universidad Complutense de Madrid.
|
Y
cuando el Maestro nació en ti, afloró también esta vocación y también fuiste
feliz dándole salida, proyectándola también en tu alumnado. Nada más llegar a
Esteiro ya hiciste algo, pero te encontraste aquí con José Agrelo y entonces te
hiciste a un lado, claro, que Pepe Agrelo hacía tiempo que era mecenas de esta
expresión social en actividad escolar (pero no solo escolar), y te limitaste a
colaborar con él, con ilusión, filmando sus representaciones escolares (O
espantallo, Os soños na gaiola...).
Conocí a Pepe Agrelo, o director de
teatro, antes de conocer a Don Xosé Agrelo, o Mestre. Aún vivíamos en Baiona, y
fue un día de verano en Noia, vimos que había teatro en el Ayuntamiento. Noite de Lobos. Fue impresionante.
Quién me iba a decir que coincidiría con Agrelo años después, mestres los dos,
en Esteiro. Aquélla función reavivó en mí el gusanillo del teatro, recordaste
el Juanjosé, de Joaquín Dicenta,
por alguna extraña asociación de ideas, volviste a recapacitar sobre la
importancia del teatro como revulsivo social y cultural y te decidiste a llevar
al teatro a tus alumnos como recurso de comprensión y de expresión personal y
colectivo
Y así, no te resististe a buscar
válvulas de escape que te permitiesen aportar tu granito de arena, tu personal
toque en el escenario de los festivales de Navidad, de Fin de Curso...
Un hito para ti fue aquélla representación que
dirigiste de una emotiva obrilla que escribió una alumna tuya: El escenario en
dos mitades: a un lado, las mujeres “viudas dos vivos” añorando en Navidad a
sus maridos que, al otro lado, añoraban también sus hogares. Cartulinas azules
eran las olas que agitaban el mar que los separaba.
Si
hasta te atreviste, sordo como eres para la música, a dirigir a toda tu clase
convertida en coro y llevarla al I CERTAMEN DE VILLANCICOS, y aún volverías al
año siguiente. Sé que te emocionaste...
...el primer año ni siquiera me
atreví a subir al escenario con ellos. Allí arriba, solos, se portaron con dignidad y dieron el dó de pecho. A mi me
hicieron llorar. Al año siguiente, con los mismos críos, me prometí que subiría
con ellos, que por ellos aguantaría el bochorno de la exposición pública de mi
analfabetismo musical, pero arroparía, esta vez sí, a mis queridos niños. Se
volvieron a portar, no dieron la nota. A mí no me importó darla.
También fue emocionante la puesta en
escena de la canción de Ana Kiro “O Serpent” que para el festival de fin
de curso de 1990 preparaste y cantaron tus alumnos, era el centenario de uno de
los naufragios más dramáticos de la Costa da Morte. Toda la clase entonó la
preciosa canción:
Y en
la intimidad del aula siempre había ocasión para que los alumnos recitasen “La
canción del Pirata” de Espronceda, dramatizasen pasajes de obras clásicas o
modernas...
Tu último año en Esteiro se trasladó
Agrelo a Muros y entonces hiciste el montaje y dirección de la obrilla de tu
hermana Ana, “El duende que vino del sol”,
que también pasaste al gallego, claro. Además de la adaptación, en colaboración
con un compañero, Don Manuel, del AUTO DE
LOS REYES MAGOS. Inolvidable aquél día. Fue, además de tu despedida del
colegio de Esteiro, el telón a “El Maestro”.
El año siguiente empezarías como
“Profe” en el IES nuevo, inaugurado el año anterior por exigencia del “guión”
de la nueva reforma educativa, que convertía a colegiales en bachilleres y a
maestros en profes. Todos salieron perdiendo. Los Maestros intentarían seguir
siéndolo, pese al nuevo apelativo, pero muchos fuisteis los que no lo
conseguisteis, porque el cambio no era esta sóla vez de nombres (ya hacía años
que el de maestro se había cambiado a Profesor de E.Primaria, y luego de nuevo
a maestro, o mestre): el alumnado entraba en el ies como un sioux en
territorio comanche; los horarios de
Profesor eran un adoquinado piso para el paso pausado que el maestro tiene que
llevar; la asociación de nais se creyó también “ascendida” de capitán de
guardia de los Maestros a capitán de corps de profesores; la Administración,
como siempre, mirando para otro lado. Pero ya estoy de nuevo adelantando
acontencimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario