CIENCIAS
“¿Sabes qué cosa es la más rápida de todas?” le dijo su padre un día de caza. “La vista, Amado,
la vista: abres los ojos y ¡zas! Tu vista se posa en el instante en la cumbre
de aquélla montaña, en la luna, en las estrellas, en un instante… no hay nada
más rápido”.
Como todos los chicos de tu generación, alguna vez soñaste con ser
astronauta.
Yo seré astronauta, te decías, y
viajaré a la Luna, que a las estrellas sabes que no puede ser. Y soñaste, como
tu generación entera, y te juraste, os juramentasteis todos, que irías,
astronautas, a la luna.
Y así, fue el 21 de julio de 1969:
todos fuimos Armstrong aquél día, aquélla noche aquí. Todos dimos aquel pequeño
gran paso en la Luna. Todos lloramos cada vez que lo recordamos y nos vemos
allí, dando el último saltito desde el escalón al polvo lunar. Lo habíamos
logrado.
En las jornadas de caza, de contacto
con el mundo natural, y en las conversaciones con su padre sobre ríos y nubes,
sobre bosques y aves, sobre estrellas y misterios, Amado lanzaba su vista al
viento y más allá, y quería saber qué hay más allá de donde la vista alcanza y
cuando tuvo que elegir entre Letras o Ciencias, se matriculó sin dudar en
Ciencias: sería Físico, Astrónomo,
averiguaría cómo funciona el Universo, sería un genio de la Astrofísica,
o quizás Biólogo, Zoólogo, para comprender cómo la Vida funciona… La tercera
vocación de Amado fue la Ciencia, así en general. La Ciencias, no las Letras.
Las letras estan bien para escribir poesia, para leer, para jugar con las
palabras, para escribir cartas, para soñar... pero no valen para conocer, para
entender el mundo, para saber cómo funciona, de dónde viene y a dónde va, para
saber, saber, saber (¿no me llamaba Sabio el tio?).
-¿Ciencias,
vas por Ciencias, Amado? ¡Pero hombre, si lo tuyo son las Letras!!
Quizás tenía razón Don Pedro cuando me decía eso el día aquél
inolvidable en que por fin fui a visitarle a su casa, años después de que
abandonara el colegio. No lo ví mucho más viejo, llega un momento en que los
mayores envejecen muy lentamente a ojos de los muy jóvenes: ya los vieron
siempre “viejos”. Lo acompañaba su esposa Isabel, con la que se había casado
estando en el Colegio. Era ella profesora de Latín, extremadamente inteligente,
magnífica docente y sin duda una gran mujer. Me contó que tenía que tener sus
libros más queridos (Machado, Hernández, Lorca) en casa de amigos, porque,
aunque eran libros que ya estaban en las librerías, si se los veían en las
frecuentes inspecciones que realizaba la policía en su casa, sencillamente se
los requisaban sin más miramientos. Me fijé en un cartel que tenían pegado
detrás de una puerta, representando un urogallo en el éxtasis de su canción y
un lema:...¡¡Como el urogallo, canta!!,
que Don Pedro me explicó enseguida: El urogallo canta, Amado, y, porque canta,
muere. (Mientras
canta, llamando a la hembra, se aturden sus sentidos y no percibe que el
cazador se acerca) Pero el Urogallo canta. Haz tú siempre como el urogallo,
Amado: canta, canta siempre!! ¡Como el urogallo!! Con esa exhortación me
despidió aquél día. Yo marché con el firme propósito de volver. Nunca más lo
hice. A los pocos años alguien me dijo que había fallecido. Al empezar a
redactar estas páginas he descubierto que aún no había fallecido. Murió no hace
tanto. Dios mío, qué pena tan grande por irremediable no haberlo ido a visitar
por lo menos cuando me hice Maestro, para decirle: Don Pedro, soy Maestro. Voy
a enseñar a mis alumnos a escribir bien, como usted me enseñó, a redactar bien,
y les voy a enseñar a pensar, y les voy a decir que canten siempre como el urogallo
canta. Y voy a hacer teatro, y poesía y, ahora que hay democracia, les leeré a
Machado y a Miguel Hernández y a Lorca. Y les diré una y mil veces que canten
como el urogallo canta, aunque cuando canta muere: ¡ pero el urogallo canta!
Y lo hice: leí poesía a mis alumnos,
Espronceda, pero también Miguel Hernández
les puse “El Maestro” de Patxi Andion (El cura cree que es ateo; el alcalde, comunista, y
el cabo jefe de puesto, piensa que es un anarquista) y “No nos moverán”...Y
lo hice siempre en memoria íntima de Don Pedro, y para que sonriera orgulloso
entre mis neuronas, donde pervivirá siempre, él que nunca lo hizo, que no nos
leía tales poesías (le iba la libertad en ello), él que no podía... pero yo
puedo, Don Pedro, Ya se puede, va por usted, Don Pedro, va por usted la
libertad gozada, la libertad ganada,
sobre todo, por usted y los suyos, los nuestros, los de todos, porque de
todos es la libertad y todos la hemos ganado que no queda ya nadie de los que
nos la negaban.
El País.
Perfil/Necrológicas
En memoria de
Pedro Dicenta
Andrés Sorel,
26/02/1996
El 22 de febrero, en
Madrid, ha muerto Pedro Dicenta. Pertenece al patrimonio de la memoria
selectiva: los hombres silenciados. Aquellos de los que no hablan los
políticos en sus campañas. Quienes durante décadas fueron, en cambio,
protagonistas de la lucha y la ética política, sufrieron todo tipo de
represiones por alcanzar una España diferente. Los hombres que posibilitaron
estos idus de marzo, desde la
utopía y con una concepción diferente. Pedro Dicenta fue uno de los firmantes
del documento conocido como de los 102 intelectuales, contra las torturas a
los mineros asturianos. Año 1962. Fraga Iribarne intentó descalificarle.
"Entre los firmantes", decía en su escrito represivo, "hay hasta
un maestro de escuela". Eso era el nieto del autor de Juan José. Un maestro de escuela. Un
luchador. Un amigo.En el cementerio, este 23 de febrero que por unas horas
nos hizo recordar, afortunadamente ya es sólo aniversario, lo peor de la
historia de España, un puñado de compañeros entonaron los sones de la Internacional. Las palabras es posible
que esté gastadas, apenas se recuerden. Pero las ideas, sencillas, soñadas,
nunca encarnadas, por las que vivió Pedro Dicenta, arrancan más que lágrimas,
desesperanza o fatiga a nuestros pensamientos: encarnan ese concepto de
"fraternidad" tan poco usual en nuestro amargo presente político
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Siempre me ha
quedado el remordimiento de no haber tenido la valentía de aceptar el desafío
de las Letras que Don Pedro confiaba que yo podía y debía acometer.
Pero es que a ti siempre te atrajo
un abanico muy amplio de materias, y tenías una autoestima excesiva, que te
hizo darte el gran batacazo ya con la primera elección de futuro que
realizaste, por estar ciego para tus limitaciones.
-Uno
tiene derecho a equivocarse por sí solo, Amado.
Eso decía tu padre.
Tu padre no quería interferir en tu
decisión, tenías que elegir tú sólo la carrera que estudiarías. Equivócate tu solito, insistía.
Y vaya si te equivocaste.